Cambiar de residencia definitivamente siempre involucra grandes cambios para una persona, sobre todo cuando es de un pueblo a una gran ciudad como lo es Guadalajara, con tantos recursos, cultura y entretenimiento por ofrecer; sin lugar a dudas una de las estructuras que más ha robado mi atención desde joven, ha sido el templo del expiatorio, aún recuerdo mi primera impresión, no creía estar en México, mi mente se transportó a otro lugar, y es que conforme te adentras y observas con detalle, el lugar cobra un misticismo interesante, la estructura detallada, las enormes puertas, el cielo nublado que se alcanza a contemplar desde su patio central, y una media iluminación te hace pensar en las mil historias que se cuentan sobre este lugar, de pronto la piel se eriza, en una de las capillas una mujer orando, su vestimenta, totalmente negra, apenas se observan unos ligeros movimientos, al continuar avanzando hasta la iglesia principal, un coro ensayando, todo resalta ante la oscuridad de la tarde, sin embargo, por primera vez me tocaba observar la puerta de los nichos abiertos, desconocía de que se trataba, sin embargo junto a las personas que acompañaban decidimos ingresar, murmullos se escucha por el sitio, algunas personas transitan, dejan flores y se retiran, lagrimas corren en el rostro de otros al estar frente a lo que me imagino son las cenizas de sus seres queridos, una cruz enorme al centro, pasan unos minutos cuando quienes me acompañaban deciden salir huyendo, ¿Qué ocurre?, me pregunto, “se escucharon ruidos extraños” quizás solo fue la predisposición previa antes que sintiera un escalofrió recorrer mi cuerpo, al llegar de nuevo al exterior, nos detenemos un minuto a contemplar, es extraordinario recalco y la experiencia solo reafirma la capacidad de algunos lugares en nuestra ciudad que hacen desear continuar asistiendo, creando historias que fluyen como ríos en mi mente. Regresar, es una opción cada que exista la oportunidad.
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