Una tarde de domingo, al cerrar las tiendas de ropa de la capital tapatía, nos decidimos a dar un rol más allá de la Catedral de Guadalajara. Sus amplias avenidas transformándose a la modernidad de las nuevas líneas del tren ligero. A lo lejos, por avenida Alcalde, se asoma una torre. Su único campanario me recuerda aquellos relojes de película que daban el tiempo a los aldeanos de pueblos milenarios. Ahí, la iglesia de San José de Gracia… qué regresión en el tiempo sentarme ahí, escuchar la fuente en la Plaza de La Reforma, ver su hermosa fachada del siglo XIX y, en una banca cercana, una estatua de Jesús Álvarez del Castillo, fundador del periódico “El Informador” en 1917. Esta plazuela nos cuenta historias desde el siglo XVI con los dominicos, batallas entre conservadores y liberales en la Guerra de Reforma, vistas únicas de la “Casa de los Perros”. Si les contara la emoción de entrar al templo y ver sus más de 6 altares, perfectamente decorados, llenos de color y de vida. Voltear hacia arriba y divisar aquella torre adornada por el cielo; su estilo neoclásico, sus vivos colores… no podía dejar de pensar en su perfección. Tan perfecta, que era de Guadalajara.
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