Por el día se cuentan algunas historias en la ciudad, todo está al alcance de nuestra vista y en general de nuestros sentidos, caminamos a diversas velocidades por las calles, mil personas transitan el centro de Guadalajara, y es que no es para menos, además del comercio en la zona, la arquitectura de los edificios y construcciones es extraordinaria, los turistas posan en cada lugar de pronto haciendo voltear a los habitantes, que en gran medida han dejado de observar lo que su ciudad tiene por ofrecer; al ocultarse el sol, las luces cobran relevancia, y con ello surge cierto nerviosismo, las siluetas de la noche aparecen, deambulan por la zona, algunos bailarines urbanos se colocan en puntos estratégicos y lanzan sus mejores movimientos. La gente hace círculo alrededor de ellos, siempre he creído que la ciudad tiene escenarios extraordinarios dignos de una gran historia, solo basta dejar correr un poco la imaginación. La noche recién comienza, es joven y con ella los sueños y deseos de quienes ahí caminan, al estar cerca del destino, un bar ya con historia y fama en Calle Morelos, parece no haber espacio para nadie más, sin entramos logramos colarnos, en el interior, la música pop resuena en el recinto, de inmediato es como si la sangre corriera a mayor velocidad, es inconsciente el momento en el que estamos todos bailando, el tiempo corre volviéndose efímero, una canción tras otra, recordando varias épocas en un solo lugar, sonrisas en el aire que se acompañan de buenas compañías, experiencias que aunque no son nuevas se vuelven memorable, al final, el lugar comienza a quedar solo, las luces se encienden y con ello viene la despedida, el aire es fresco y solo hasta entonces tomamos conciencia del dolor en nuestras piernas. Una misma ciudad, que de noche se viste de gala y guarda muchos secretos de lo que ocurre en ella. 

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